DE ENRIQUE CONGRAINS
Desde su llegada de Tarma, Esteban se
había quedado impresionado por el bullicio y la cantidad de gente en la
capital. A sus cortos diez años, Lima le parecía una bestia de un millón de
cabezas dispuesta a devorar a quien no conocía.
Hacía muy poco que había venido con su
madre y la nueva pareja de ésta a quien llamaba "Tío". Él pensó que
llegaría para alojarse en Miraflores, San Isidro, El Callao o la Victoria, que
conocía por referencia. Sin embargo, llegaron al pie de un cerro llamado El
Agustino, donde en todo lo alto, casi en la cumbre, su tío había levantado una
choza. Desde ese instante, Esteban lo conocería como el barrio de Junto Al
Cielo.
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Convinieron en reunirse después de una
hora, sin que Esteban dijera nada a su madre ni a su tío sobre el hallazgo y el
futuro negocio. Luego de almorzar en casa, Esteban bajó para encontrarse con
Pedro. Tomaron el tranvía y se dirigieron a la Plaza San Martín. Compraron las
revistas y se ubicaron en un muro donde las extendieron para su venta, las
cuales fueron saliendo ante la alegría de Esteban.
Cuando faltaba vender una, Pedro dijo
que no había almorzado y tenía hambre. Sacó un sol de su "ganancia" y
le pidió a su amigo que fuera a comprarle pan con jamón a una bodega. Esteban
aceptó, pero cuando fue a pagar lo pedido, le dijeron que no alcanzaba, por lo
que decidió llevar sólo galletas. Al volver, ya no estaba Pedro ni la última
revista que quedaba.
El niño pensó que se había equivocado
de camino, pero no, allí seguían los jardines y los muros donde había dejado a
Pedro. Esperó una, dos, tres horas hasta que anocheció. Mil conjeturas llenaron
su pensamiento, desde que Pedro había sido devorado por la bestia de un millón
de cabezas o que era parte de ella. Conteniendo el llanto, mordisqueó una
galleta y se dispuso a tomar el tranvía que lo dejaría cerca del cerro al que
tendría que escalar para llegar Junto Al Cielo.
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