viernes, 7 de diciembre de 2012

Un día con la naturaleza
Me encontraba sentado en una vieja y enorme piedra, observaba la belleza que me rodeaba. El agua era casi cristalina, las piedras con un color tan peculiar que parecían bajadas del paraíso.
En el horizonte el astro rey hacia presencia con su majestuosidad llenando de vida todo lo que sus rayos tocaban, el aire soplaba sereno acariciado mi rostro y mis cabellos. Recorriendo casi todo mi cuerpo, por un momento perdí mi mirada en los árboles que rodeaban el río: eran enormes casi tan altos como rascacielos e imagino que casi tan viejos como el agua que los baña. La fauna de una variedad sin límites, observaba aves cuyas alas obstruían los rayos del sol y su canto deleitaba mis oídos, tanto, que mi mente navegaba con tan bellas sinfonías hasta lo más recóndito del planeta.
Las panteras caminaban con seguridad sabedoras de su belleza, los monos paseando de árbol en árbol orgullosos de sus habilidades únicas para trepar y devorando las verdes hojas de esos árboles en que se postraban. El rugir de los leones hacía eco a la distancia y cuando se escuchaba parecía como si todo quedase suspendido, demostrando así que sin duda el trono de la selva les pertenece. Todo en dicho lugar parecía organizado por la mano de alguien que ni siquiera hacia acto de presencia. La inmensidad del lugar permanecía en cierta paz entre los habitantes y los visitantes que a decir verdad era sólo yo, en ese bello lugar en compañía de la nada, había tantas maravillas ahí sólo para mí, una rara pero cierta paradoja: me hallaba sólo en un pequeño fragmento del mundo, pero al mismo tiempo en compañía del universo.
fin

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