Aquellas sombras
Siento la oscuridad
calándome hondo; dolor, pánico y miedo. Sombras del pasado que me atormentan y
recuerdan cosas, imágenes fugaces, opacas, como en sepia; que aumentan el
dolor. Me veo cayendo en un espiral interminable, autodestructivo, donde el
cuerpo ya no es un templo, sino un sitio profano, sucio, impío; con olores,
manchas y cicatrices que ya no cambiarán. Que siempre estarán ahí recordándome
cual loro maquiavélico mis faltas y pecados.
Trato de buscarme en el
espejo, ver a ese niño puro, con ojos brillantes y llenos de esperanza, pero no
está, ya no más: el tiempo, los pensamientos y actos lo fueron matando,
lentamente, silenciosamente, siempre sigilosos sin causar alerta en mí. O por
lo menos no una alerta que necesitara revisar, controlar y sanar. Ese niño se
transformó en un monstruo, con dientes largos, afilados y sedientos de sangre,
gustoso de poder y satisfacción personal, importándole la nada misma la vida de
las otras personas. El daño que les hacía, tan terrible, como el mismo daño que
se hizo y se sigue haciendo a sí mismo.
Me miro al espejo y no me
encuentro; no veo nada más que una sombra. ¿Serán las mismas que antaño me
atormentaban, que me hacen volver a revivir el pasado?... ¡No!... Es él, soy
yo.
Me convertí en nada más que
un resto de mí ser, en un Gollum de mí mismo. Pero ¿por qué el resto de la
gente no me ve así, se ríe conmigo, me trata bien y no huyen de mí? ¿Será que
esa sombra, ese reflejo difuminado, aquel ente decadente aprendió a como
falsearse él mismo, a cómo mentirse y a mentirles al resto?; a mostrarse duro,
pero simpático; serio, pero cariñoso, humano, pero siempre, un monstruo.
Fin
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