viernes, 7 de diciembre de 2012

Aquellas sombras
Siento la oscuridad calándome hondo; dolor, pánico y miedo. Sombras del pasado que me atormentan y recuerdan cosas, imágenes fugaces, opacas, como en sepia; que aumentan el dolor. Me veo cayendo en un espiral interminable, autodestructivo, donde el cuerpo ya no es un templo, sino un sitio profano, sucio, impío; con olores, manchas y cicatrices que ya no cambiarán. Que siempre estarán ahí recordándome cual loro maquiavélico mis faltas y pecados.
Trato de buscarme en el espejo, ver a ese niño puro, con ojos brillantes y llenos de esperanza, pero no está, ya no más: el tiempo, los pensamientos y actos lo fueron matando, lentamente, silenciosamente, siempre sigilosos sin causar alerta en mí. O por lo menos no una alerta que necesitara revisar, controlar y sanar. Ese niño se transformó en un monstruo, con dientes largos, afilados y sedientos de sangre, gustoso de poder y satisfacción personal, importándole la nada misma la vida de las otras personas. El daño que les hacía, tan terrible, como el mismo daño que se hizo y se sigue haciendo a sí mismo.
Me miro al espejo y no me encuentro; no veo nada más que una sombra. ¿Serán las mismas que antaño me atormentaban, que me hacen volver a revivir el pasado?... ¡No!... Es él, soy yo.
Me convertí en nada más que un resto de mí ser, en un Gollum de mí mismo. Pero ¿por qué el resto de la gente no me ve así, se ríe conmigo, me trata bien y no huyen de mí? ¿Será que esa sombra, ese reflejo difuminado, aquel ente decadente aprendió a como falsearse él mismo, a cómo mentirse y a mentirles al resto?; a mostrarse duro, pero simpático; serio, pero cariñoso, humano, pero siempre, un monstruo.
Fin

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