La cruz
Un joven caminaba mientras
se quejaba de la cruz que le había tocado cargar durante toda su vida...
Un día, se encontró ante el
Señor, y le pidió de favor que si le podría cambiar la cruz que llevaba
acuestas. El Señor asintió y lo llevó hasta una pequeña habitación donde
existían diversos tipos de cruces y le dejó que eligiera la que más quisiera.
Había cruces de oro y plata, y diversos minerales, otras de maderas preciosas,
otras con aerostaciones de joyas, había todo tipo de material.
El joven revisó todas y cada
una, viéndolas de arriba abajo, hasta que encontró una cruz que le llamo la
atención; era una cruz bañada en oro, era grande y brillante, y dijo ¡Esta!
Esta es la que quiero. El Señor se la dio.
El joven salió feliz del
lugar, pues llevaba la cruz más hermosa que había visto. Pero al pasar el
tiempo, el joven regresó. Le decía al Señor: no quiero esta cruz, Señor. Es
demasiada pesada, es difícil de llevar. Además requiere de mantenimiento y es costoso,
y no puedo dárselo. El Señor, mirándolo detenidamente, se lo permitió
El joven entró en aquella
habitación nuevamente y comenzó a buscar una nueva cruz, pero ahora con la idea
de que no fuera como la anterior. Buscó y buscó hasta encontrar una hecha de
joyas y diamantes, que con la pura luz deslumbraba a todo aquel que la viera.
La tomó y el Señor accedió.
El joven salió contento de
su nueva cruz y se fue. Sin embargo, a los días regresa con el Señor y le
cuenta todo lo que tuvo que pasar con esa cruz. Le decía: Señor, no quiero esta
cruz. Desde el momento que la traía sólo recibí envidias y altercados. Vivía
con sosiego por temor a que alguien me la fuera a quitar. Si me permites, deseo
tomar otra cruz... El Señor, sonriendo dulcemente, le permitió pasar a la
habitación de las cruces.
El joven deseoso de su nueva
cruz, optó por algo que no fuera tan valioso y que le acarreara más problemas.
Esta vez, eligió una cruz de madera, ligera, sencilla... ¡Esta quiero! El Señor
se la dio y el joven salió feliz.
A los días, nuevamente, el
joven regresa, y habla con el Señor. Le comentaba: esta cruz es incomoda y sus
astillas me lastiman mi espalda. No me gusta. Además, requiere de mucho
mantenimiento y cuidados, para que la humedad no la dañe. Entonces el Señor le
dijo: entiendo, hijo mío, quieres cambiarla. Pasa y toma la que más quieras.
El joven pasó y busco otra.
Esta vez sería una elección consciente. Buscaría una que se ajustará a sus
necesidades. Entre ellas, vio una que estaba arrumbada en el fondo del lugar,
separada del resto. La vio y la revisó, y descubrió que era una cruz sencilla,
cómoda, como hecha a su medida. El joven le dijo al Señor: esta es la que
quiero, Señor. La tomó y salió feliz con ella.
El Señor, viéndolo feliz, se
quedó un poco triste, ya que el joven había tomado la misma cruz que había
cargado toda su vida. El joven jamás volvió otra vez.
Fin
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