DE JUAN ESPINOZA MEDRANO
El hijo prodigo es un drama de
carácter religioso que se enraíza con el teatro quechua.
Como su nombre lo sugiere, su nombre
es una versión de la parábola bíblica, pero con fuertes elementos indígenas. El
hijo menor e Kuyaj Yaya, Hurin Saya, joven convertido al cristianismo, inicia
un viaje con la finalidad de conocer el mundo, enriquecer sus conocimientos y
deleitarse con todo lo bueno que puede encontrar en la vida.
En su travesía lo acompañan Diospa
Simin (la Palabra de Dios), que permanentemente lo aconsejará para que no se
desvíe del buen camino, y Uku (el cuerpo), que es un bufón.
Los tres se encuentran primero con
Huayna Kari, símbolo de la juventud, y luego con Mundo, que es sinónimo de
diversión, de placeres. Mundo le presenta a su hermana Aicha, que representa a
la voluptuosidad, y Hurin Saya se enamora perdidamente de ella, e inicia una
vida licenciosa que lo destroza física y moralmente. Harapiento y desfigurado,
busca a sus amigos de diversión, pero todos lo echan porque ya no tiene dinero
para gastar en fiestas.
En su desesperación, el joven
cristiano se hace sirviente del diablo, entristecido por sus penurias, al final
de la obra, la palabra de Dios lo rescata del infierno, y Hurin Saya regresa a
su hogar, donde su padre lo recibe jubiloso, ante la protesta del hermano
mayor, Hanan Saya, que no había salido de su casa.
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